MÁTAME, SI ME QUIERES
Mi hija nació con el cuerpo cubierto de finísimas venas amoratadas y pequeños bultos ennegrecidos por falta de oxigeno. El color violáceo enseguida delató un grave problema de corazón.
Desde el primer momento, sabíamos que iba a necesitar un corazón nuevo; solo debíamos esperar que llegara un donante, pero este nunca llegaba, y su tiempo se terminaba.
Mario y yo intentamos buscar alguna solución lo más rápidamente posible, viendo que la vida de nuestra hija se iba desvaneciendo. Ante tanta desesperación, tomé una decisión drástica.
—Mario… ¿tú me quieres? — pregunté a mi marido.
—¡Pues claro que te quiero! ¡Vaya pregunta más tonta que me haces!
—Escúchame bien. He estado hablando con Néstor y haciéndome pruebas para ver si mi corazón es compatible con el de nuestra hija…
––¡Mario, mírame! Es compatible y tú sabes bien que no es fácil… Además, tenemos la suerte de que Néstor es cardiólogo y puede ayudarnos.
—¡¿Qué me quieres decir con esto?! —objeto asustado.
—Debemos simular un accidente. Quiero que mi corazón devuelva la vida a nuestra hija.
Mario bajó la cabeza, no sabía si alegrarse, enfadarse o sentirse mal porque él no pudiera ayudarla debido a su siempre delicada salud.
—¡No puedo permitir semejante barbaridad! Tú eres mi Ángel. Lo siento. No cuentes conmigo. Adoro nuestra hija y también daría mi vida por ella.
––¿Ves? Me estas dando la razón:eso es lo que, precisamente, quiero hacer: dar mi vida por ella. Por favor ¡te lo suplico!
Ayúdame a que nuestra hija viva y tengo la solución ¡Escúchame!
––La mejor opción es suicidarme; así no te veras involucrado en nada sospechoso; pero eso sí, debes prometerme y asegurarte de que mi corazón sólo lo llevará ella.
Los guiños y muecas de angustia en la cara de Mario, desembocaron en un llanto incontrolable, abrazando a su mujer.
Preparé todo con detállele día de mi muerte; aunque mi marido me tenía un poco intranquila porque nunca fue una persona muy avispada y eso no me hacía sentir segura.
Aquel domingo, como casi todos los domingos de verano, fuimos a la playa, no sin antes ––esta vez––beber cuatro copas de coñac hasta temblarme las mano. Sin embargo, llegamos mucho más temprano que de costumbre a aquella apacible cala, donde, siendo muy jóvenes, habíamos hecho tantos planes sobre nuestro futuro; aunque la suerte nunca estuvo de nuestra parte.
Lo mejor que me llevaba de esta vida era mi marido, al cual quería con locura y, por supuesto, nuestra hermosa hija que en plena adolescencia, no sólo esperaba ese corazón, sino también… ¡esperaba un hijo! Esto fue el detonante último de mi determinación para darlo todo por ella.
Le acaricié el rostro suavemente con las manos mientras le susurraba al oído que, a su lado, habíamos sido la mujer mas feliz del mundo. Puse un dedo en sus labios para que no hablase. Cerré los ojos y, en ellos, deposité mi último, lento y cálido, beso de amor.
Me di la vuelta y caminé despacio hacia el agua, donde nadé y nadé, hasta vencerme el cansancio, cerrando los ojos y dejándome llevar por la muerte que, ya golosa, estaba esperándome.
Una vez fuera del mundo terrenal, un espíritu intranquilo como el mío, no podía descansar en paz sin saber qué pasó después de mi fallecimiento…
Para mi sorpresa, todo ocurrió según lo planeado:
Mi marido llamó a la ambulancia intentaron reanimarme sin éxito, por lo cual me llevaron al hospital donde Néstor se encargó del resto.
Al día siguiente, ya estaban realizando el trasplante de corazón; aunque, por desgracia, la mala fortuna siguió castigando a lo que quedaba de mi familia:
Mi hija falleció en la intervención.
Pudieron salvar a la niña de su vientre su vientre; pero su piel delató, de inmediato, un determinante y fatídico, color violáceo.
Andrea More
1 Comment
ALBERTO
Qué bonito Andrea. Éste es el que más me ha gustado (antes he leído el de gatito también). Felicidades. El sacrificio como expresión de amor. El suicidio que describes me ha recordado al que que aparece en una película, EL INTENDENTE SANSHO, de Kenji Mizoguchi, donde la hermana, asimismo introduciéndose en el agua, se sacrifica para que su hermano pueda vivir. Como dice un personaje en el filme SACRIFICIO, de Andrei Tarkovsky (te lo recomiendo), “no hay mayor regalo que el que se sacrifica”.