TUDOR
Una manada de renos vagaba en primavera buscando un lugar en la montaña donde las hembras pudieran tener sus crías. Los hombres construyeron autopistas cortando el paso de su migración anual. Tudor, el líder, los guiaba desorientado sin rumbo fijo.
—¿Tienes claro a dónde nos llevas? —preguntó Chacón, un joven reno corpulento y desconfiado.
—Sí —mintió pensando que si decía la verdad, le crearía inseguridad—. Tenemos que seguir hacia el norte, lejos del hombre —contestó Tudor improvisando.
Los renos estaban cansados de caminar, sin embargo, subieron la montaña bordeando el río hasta contemplar una gran explanada cubierta de hierba fresca junto a un bosque, aquel era un lugar perfecto para su estancia. Pero no estaban solos, Roí y su manada de lobos se encontraban ocultos entre la maleza observando a los recién llegados.
—¿Atacamos ya, jefe? —preguntó el lobo más impulsivo.
—Nooo… todavía no, fíjate —dijo Roí señalando a las hembras embarazadas—. Esperemos que nazcan las crías y tendremos doble ración.
Poco tiempo después de haberse instalado, comenzaron a nacer todas las crías. Un atardecer los pájaros dejaron de cantar al oírse el terrible grito de angustia de una hembra que fue atacada junto a su recién nacido.
Tudor fue avisado por otros renos testigos del ataque y este corrió sorprendiendo a Roí devorando a la cría.
—¡Soy Tudor! —se presentó lleno de ira el imponente reno.
—Mi nombre es Roí, y habéis invadido mis tierras —le respondió gruñendo y enseñándole los afilados colmillos.
—Estas tierras no tienen dueño y solo estamos de paso, pronto nos marcharemos —repuso Tudor, bajando la cabeza en posición de ataque, a la vez que exhibía su puntiaguda cornamenta.
—Esto no ha hecho nada más que empezar. ¡Acabareis todos igual! —respondió Roí sacando la lengua y relamiéndose el hocico—. ¿En serio piensas que vamos a dejar que os marchéis así, sin más?
En ese momento llegó Chacón.
—¿Qué quieren los lobos? —inquirió con arrogancia, en voz alta para que le escucharan no solo los lobos sino también todos los renos que se habían acercado tímidamente desde la distancia a contemplar la escena.
—Quiero hablar contigo —dijo Tudor al lobo.
Se acercó con precaución y estuvieron hablando a cierta distancia. Cuando terminaron de hablar, Roí se alejó perdiéndose en el interior del bosque.
—¿Qué le has dicho? —preguntó exigente Chacón.
—Le he propuesto un trato.
—¿Cuál? —dijo brioso.
Tudor respiró hondo e intentó mantener la calma, luego comenzó a explicar.
—Si uno de nosotros se entrega voluntariamente cada semana, nos dejarán tranquilos hasta que llegue el invierno y después nos marcharemos.
—Jajaja —rió descaradamente Chacón—, antes probarán mis afiladas astas, de eso nada, aquí no tiene por que sacrificarse nadie —contestó furioso.
Tudor ensombrecido y cansado por los constantes desafíos, le contestó secamente:
—¡Soy el responsable de la manada y te guste o no, mando yo! ¿Te ha quedado claro?
Chacón giró la cabeza contemplando los centenares de renos que se habían reunido a su alrededor, después miró desafiante a Tudor y dijo:
—Creo que ya va siendo hora de que relevemos a un reno viejo como tú, ante la imposibilidad de pensar con sentido común. ¿O de verdad esperas que se sacrifique alguno de nosotros? Mejor enfrentarse a los lobos y luchar como valientes, si nos unimos, estoy seguro de que ganaríamos somos muchos más que ellos, eres un cobarde.
—¡Un momento! —Interrumpió un viejo reno a Chacón—, yo soy muy mayor para aguantar otro largo viaje en busca de nuevos pastos, y a mí no me importaría sacrificarme para que ganéis tiempo y así nuestros pequeños puedan crecer fuera de peligro.
—Yo también me entregaré —dijo otro viejo reno.
—Y yo también —se escuchó otra voz a lo lejos, empezando así una cadena de voces que voluntariamente se ofrecían para el sacrificio de los lobos.
—¡Escuchadme bien! Respeto vuestra opinión, aunque no la comparta, pero también pienso que no tiene por qué morir nadie. Ya sabéis que nuestras leyes dicen que la última decisión la tiene el líder, pero también dicen que si no estás de acuerdo, se le puede retar en duelo para sustituirlo, pues bien, yo lo desafío.
Se escuchó un sonoro murmullo entre los renos.
Tudor decidió que, al alba del día siguiente, combatirían en la gran explanada. Chacón se sentía orgulloso por la proposición.
Antes de que cayera la noche, Tudor buscaba nervioso a Chacón, lo encontró pensativo alejado de la manada, se dirigió hacia él.
—¡Te estaba buscando! —dijo Tudor. En ese instante un trueno estalló en el cielo anunciando que se aproximaba una fuerte tormenta, la lluvia no tardó en caer con fuerza fundiéndose con las lágrimas de los renos que lloraban desesperados de impotencia al ver cómo los lobos estaban matando a todos los recién nacidos.
Chacón escuchó los gritos de terror de las madres y cuando iba salir corriendo para ayudarles, vio aparecer a Roí caminando tranquilo en dirección hacia él.
—¡Mmmm! Estaban muy ricos los pequeños —dijo Roí con el hocico manchado de sangre aún caliente—. Ya solo quedas tú y el trato quedará cerrado.
—Miserable traidor —gritó Chacón, comprendiendo que todo había sido pactado previamente con Tudor.
Roí se abalanzó sobre el cuello de Chacón, quien intentó moverlo bruscamente para zafarse de él, pero no le dio tiempo a quitárselo de encima porque aparecieron más lobos que mordieron sus patas haciéndole perder el equilibrio. Chacón cayo al suelo y no dejo de luchar hasta que murió destrozado por la jauría de lobos.
Tudor contempló la escena impasible.
Andrea More
1 Comment
José Luis
Muy bueno.